Esta imagen acompañaba el texto de 1957: “Los pequeños placeres de la vida” de los Smithson.
Allí se hablaba de las pequeñas cosas de la arquitectura con la seguridad de encontrar, en un momento de excesos, placer en lo sencillo. “Trabajar o escribir ante una ventana cubierta de enredaderas. Ver la luz del sol extenderse sobre el suelo. Estar de pie mirando a través de la ventana sin deslumbrarse. Poder ver el paisaje, la vegetación o los árboles mientras se está sentado. Poder ver el exterior desde el baño, o quizás, estar doblemente cerrado. Acceder fácilmente a nuestras pertenencias sin advertir su presencia constantemente. Leer en la cama. Sentarse cómodamente y poder hablar una tarde. Disfrutar de un buen nivel de ventilación en verano. Bajar unas persianas de madera en invierno.”
Esas pequeñas cosas hacen que el habitar sea posible. Su ausencia tiene un reverso. Su carencia hace que la vida pueda ser odiosa e infeliz. Así lo demuestra cada mañana, la puerta cuyo sentido de apertura se nos muestra equivocado. El descuidado interruptor en el rincón de la pared. La imposibilidad de guardar la aspiradora sin descolocar mil otros cacharros. O la ventana que mira a un vecino siempre demasiado cercano. La atención a esas pequeñas cosas hacen la vida más placentera. Cuántas no están en las manos del arquitecto.
El proyectar esconde también la satisfacción de encontrar esos placeres, anticipándolos, habitando la casa por medio del dibujo.