Carlos Martí Arís El ruido, el silencio, la palabra

Text: Carlos Martí ArísSource: Silencios Elocuentes, Carlos Martí Arís, Edicions UPC ETSAB, 1999Photography: Jaqueline SimonShop: La Capell
Date: June 2, 2023 Category: Texts, Things

Le Corbusier. Convento de La Tourette. Eveux. 1952-1957. Foto de Jaqueline Salmon

Hoy sabemos que hay muchas formas de interpretar el presente. Por ello nos resulta insostenible la idea de que a cada época le corresponda un solo modo de concebir la literatura, la musica o la arquitectura. Somos escépticos respecto a la existencia de un espíritu de la epoca capaz de dictar unívocamente el lenguaje artístico que debe representarla. Desconfiamos de toda formula que se autoproclame como la única respuesta posible a los requerimientos de un momento histórico.

Y, sin embargo, en modo a veces inconsciente, sigue gravitando sabre nosotros el peso de un zeitgeist determinista que parece forzarnos a otorgar lo que, supuestamente, los tiempos reclaman; sigue activo el prejuicio que nos obliga a hacer “lo-que-debe-hacerse”, o sea, lo que se espera de nosotros que hagamos. Las reglas de un codigo no escrito imponen al artífice la exigencia de rendir cuentas a la actualidad. Ya que, recíprocamente, el juicio que su obra merezca dependerá, ante todo, de su capacidad de acentuar las rasgos distintivos de esa actualidad y de exaltar sus manifestaciones.

Conviene, sin embargo, distinguir entre quienes practican la idolatria de lo actual y quienes se plantean el intento de sintonizar con la realidad como una busqueda que, siendo ante todo un imperativo moral, no garantiza de antemano, en ningun caso, el valor de los resultados. Cómo no estar de acuerdo, por ejemplo, con la frase pronunciada por Mies van der Rohe, en 1950, en su mensaje de presentación a los estudiantes de Chicago?: “La arquitectura depende de su tiempo. Es la cristalización de su estructura interna, es el lento despliegue de su forma”. De un modo parecido, en los escritos de Adolf Loos se discrimina entre los que se autoproclaman modernos mediante la adhesión a los aspectos más epiteliales de la actualidad, y los que, sin pretenderlo, logran ser modernos, ya que, a través de los saberes de su oficio, incorporan a su trabajo, con naturalidad, las exigencias que la epoca demanda.

La perspectiva de quien hace, de quien está implicado en la acción, a veces no coincide con la de quien observa, de quien atisba desde fuera sin estar sometido a ninguna implicación. Este es el origen de algunos juicios apriorísticos en que la critica suele incurrir cuando descalifica en nombre de un dogmático zeitgeist obras que requerirían de otros parametros para ser valoradas. Pero, por fortuna, no todas las obras aspiran a un reconocimiento inmediato o a una fulminante seducción del espectador. Tambien las hay que aguardan con paciencia el momento de ser comprendidas y aceptadas. Y cuando esto ocurre, la epoca a la que pertenecen ya no puede ser contemplada excluyendo a esas obras, que pasan a ser, entonces, una parte ineludible de la más viva realidad.

 

Carl Theodor Dreyer. Ordet. 1954

Vivimos asediados por el ruido, sometidos al ritmo sincopado y frenetico de una actualidad que lanza fugaces destellos sobre el mundo, suscitando imágenes instantáneas que se desvanecen antes de que podamos apresarlas. Del fermento de esa realidad disgregada y turbulenta surge una cultura cada vez más obsesionada por registrar las palpitaciones del presente. Una cultura mediática, inmersa en el ruido de lo información y de los acontecimientos, a la que, para hacerse 0ír, no le cabe otro recurso que gritar aún con más fuerza. Una cultura efímera que, arrastrada por la actualidad en su vertiginosa fuga hacia adelante, termina por confundirse con ello, reproduciéndola y amplificándola sin el menor atisbo de distanciamiento. El ruido del mundo se hace asl opresivo y ensordecedor.

Lo unico capaz de oponerse al ruido es el silencio. El silencio abre una profunda brecha en el escenario convulso y febril de nuestra vida cotidiana. Genera una oquedad, un tiempo suspendido y un espacio vacío que nos sustrae del torbellino de la actualidad. Pero, paradójicamente, esta invocación al silencio no es otra cosa que una reivindicación de la palabra. Puesto que el silencio no se opone a la palabra, de la cual es un radical aliado, sino al ruido, que es su más irreconciliable enemigo.

Como ha observado con exactitud Jose Angel Valente, existe una lntima relación entre el silencio y la palabra poetica “porque el poema tiende por naturaleza al silencio, 0 lo contiene como materia natural. Poetica: arte de la composici6n del silencio. Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio”. No es casual que uno de los más bellos ejemplos de la poética del silencio que el arte del siglo XX nos ha deparado, sea precisamente una película titulada La palabra (Ordet, Carl Theodor Dreyer, 1955).

Cuando una obra tiene la propiedad de engendrar en torno suyo un espacio de silencio, promueve una mirada distinta sobre la realidad, una mirada despojada, abstraída, en la que el mundo se nos presenta bajo el signo de la contemplación. A través de ese silencio no se persigue escapar al· mundo o suplantarlo, sino, más bien, revelar sus dimensiones ocultas y escondidas. Es un silencio que no pretende anular el lenguaje, sino trascenderlo. En cierta medida, es posterior a la palabra: surge cuando ésta, una vez pronunciada, ha disipado ya su significado inmediato; pero es también anterior a la palabra, como un estado de anticipación que la contiene y la presagia.

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