Hoy sabemos que hay muchas formas de interpretar el presente. Por ello nos resulta insostenible la idea de que a cada época le corresponda un solo modo de concebir la literatura, la musica o la arquitectura. Somos escépticos respecto a la existencia de un espíritu de la epoca capaz de dictar unívocamente el lenguaje artístico que debe representarla. Desconfiamos de toda formula que se autoproclame como la única respuesta posible a los requerimientos de un momento histórico.
Y, sin embargo, en modo a veces inconsciente, sigue gravitando sabre nosotros el peso de un zeitgeist determinista que parece forzarnos a otorgar lo que, supuestamente, los tiempos reclaman; sigue activo el prejuicio que nos obliga a hacer “lo-que-debe-hacerse”, o sea, lo que se espera de nosotros que hagamos. Las reglas de un codigo no escrito imponen al artífice la exigencia de rendir cuentas a la actualidad. Ya que, recíprocamente, el juicio que su obra merezca dependerá, ante todo, de su capacidad de acentuar las rasgos distintivos de esa actualidad y de exaltar sus manifestaciones.
Conviene, sin embargo, distinguir entre quienes practican la idolatria de lo actual y quienes se plantean el intento de sintonizar con la realidad como una busqueda que, siendo ante todo un imperativo moral, no garantiza de antemano, en ningun caso, el valor de los resultados. Cómo no estar de acuerdo, por ejemplo, con la frase pronunciada por Mies van der Rohe, en 1950, en su mensaje de presentación a los estudiantes de Chicago?: “La arquitectura depende de su tiempo. Es la cristalización de su estructura interna, es el lento despliegue de su forma”. De un modo parecido, en los escritos de Adolf Loos se discrimina entre los que se autoproclaman modernos mediante la adhesión a los aspectos más epiteliales de la actualidad, y los que, sin pretenderlo, logran ser modernos, ya que, a través de los saberes de su oficio, incorporan a su trabajo, con naturalidad, las exigencias que la epoca demanda.
La perspectiva de quien hace, de quien está implicado en la acción, a veces no coincide con la de quien observa, de quien atisba desde fuera sin estar sometido a ninguna implicación. Este es el origen de algunos juicios apriorísticos en que la critica suele incurrir cuando descalifica en nombre de un dogmático zeitgeist obras que requerirían de otros parametros para ser valoradas. Pero, por fortuna, no todas las obras aspiran a un reconocimiento inmediato o a una fulminante seducción del espectador. Tambien las hay que aguardan con paciencia el momento de ser comprendidas y aceptadas. Y cuando esto ocurre, la epoca a la que pertenecen ya no puede ser contemplada excluyendo a esas obras, que pasan a ser, entonces, una parte ineludible de la más viva realidad.