La integración de los restos del Albercón en la nueva estación Alcázar Genil pretende establecer un discurso polifónico en el que la arquitectura adquiera su carácter de disciplina mediadora capaz de poner en valor la trascendencia arquitectónica y urbana del proyecto. El desafiante alarde de las ingenierías no debe relegar a la arquitectura a un papel meramente técnico y accesorio. A la arquitectura incumbe construir la forma, responder a varios requerimientos simultáneos y generar los adecuados mecanismos disciplinares capaces de hacer compatibles los ritmos pausados de la visita a unos restos arqueológicos con el trazado veloz de la infraestructura del metropolitano.
La estación proponía en origen un gran vacío vinculado al trazado lineal del metropolitano. Un generoso espacio interior englobaba un ámbito en doble altura cualificado mediante una planta intermedia de vestíbulo que pautaba los flujos de viajeros; entre la planta de andenes y la losa de cobertura, vigas riostra vuelan sobre las vías acodalando transversalmente los pilotes laterales. La estación presentaba sus paredes laterales revestidas sobre un gunitado de hormigón que enmascaraba los pilotes laterales que sustentan la losa de cobertura.
La reconversión del proyecto original a que obliga la integración de los restos pretende poner en valor todos los actores del proyecto, de manera que el vacío de la estación se convierta en una búsqueda, en la evidencia del espacio, no en un mero vacío instrumental.
El Albercón, ubicado a una cota intermedia entre el vestíbulo y el Camino de Ronda, obliga a redefinir la estación para permitir el paso del metro por debajo e integrar el estanque recuperado en un ámbito público visitable. Y para ello se parte de una premisa fundamental: los muros laterales de la alberca encajados entre las empalizadas longitudinales de pilotes no se deben desmontar. Se mantendrán en su cota original, con sus piedras originales, para lo que es necesario apearlas bajo sus cimientos, garantizado el paso inferior del metropolitano.
Ocho siglos después, se propone un nuevo alarde estructural e interdisciplinar donde se integren todos los actores del proyecto: sendos arcos escarzanos hormigonados sobre la propia tierra de cimentación calzan los muros de la alberca, transmitiendo las cargas a los pilotes laterales en doble altura y asegurando su acodalamiento. El Albercón no se reconstruye, se respeta su carácter de yacimiento arqueológico, enriqueciendo lo preexistente mediante su papel intermediario entre la ciudad, el vestíbulo y la cota de andenes.
Tras la propuesta, las arterias del metropolitano que perforan la ciudad subterránea revelan en su sección en Alcázar Genil el alarde constructivo que las hace posible: presentan la textura vertical y áspera del pilote que soporta la losa horizontal de cobertura, hormigonada antes de retirar las tierras sobrantes. Se ha potenciado la honestidad de los materiales y las exigencias de su expresión, reforzando asimismo el papel de las ingenierías en el alarde que hace posible esta infraestructura. La reiteración del pilote refuerza la materialidad, la seriación amplifica su expresión, el material se convierte en verdadera sustancia del hecho espacial.
Los cilindros irregulares de los pilotes consiguen equilibrar la relación entre la arquitectura y el movimiento que acoge la estación. La luz vertical procedente de los lucernarios sobre el eje longitudinal de la estación o desde los vestíbulos de vidrio de las escaleras otorga a los pilotes una voluntad de integración, de manera que subrayan en su textura áspera y honesta la importancia de los distintos planos horizontales.
Una vez más, la arquitectura emerge en momentos concretos de la historia en un proceso de continua refundación que transforma las propiedades del lugar. La nueva estación Alcázar Genil resuelve problemas de multiplicidad de escalas y de movimientos: hay interdisciplinariedad, pero no hay préstamos exteriores, es la arquitectura la que integra los diversos vectores trascendiendo su condición servicial e instrumental.