Creo que fue en mi segundo año de carrera cuando descubrí a Marcel Breuer, no recuerdo si fue por casualidad o premeditado el encontrar un libro sobre su obra en la biblioteca, pero desde luego supuso uno de los descubrimientos más gratos que recuerdo, convirtiéndose desde entonces en uno de mis arquitectos referentes.
¿Y qué tiene que ver Breuer con este proyecto?, nada, perdón, nada directamente relacionado; pero en ese libro leí una frase enunciada por el propio Arquitecto que me llamó mucho la atención y que decía algo así como que “la buena Arquitectura seguiría siendo bella fuera cual fuera la intervención de su usuario” y en muchas ocasiones me viene a la cabeza al mirar las fotografías de algún proyecto recién terminado, impoluto y ordenado suscitándome la duda de imaginar cómo serían esos mismos espacios años después.
En la mayoría de estas ocasiones, mis dudas van más enfocadas a la idea de que ese proyecto nunca sería tan bello como en ese justo momento, instantes después de ser rematado y alicatado y al mismo tiempo fotografiado con conocimiento y buen hacer y que, pasado un día, ese mismo proyecto sería un poco menos atractivo y que, pasados dos, el resultado sería todavía más desesperanzador.
Por el contrario, con este proyecto de Carlos Pereda y Óscar Pérez las palabras de Breuer alcanzan otro sentido, porque sinceramente creo que este edificio es de los que mejoran con la edad. Imagino esos pasillos y esas aulas llenas de cartulinas pegadas y de niños corriendo y veo un proyecto más real y completo, como si sus volúmenes lisos y blancos necesitaran urgentemente ser “ensuciados” por las personas destinadas a ello.
Sin ánimo de instaurar aquí otra clasificación inservible entorno a la Arquitectura, me gusta pensar que existen tres tipos de edificios; los que alcanzan su plenitud estética y formal recién ejecutados, los que se mantienen igual de bellos a lo largo de los años y los que resultan todavía mejores una vez los usuarios de los mismos los hacen suyos.
Hace unas semanas, mi amigo Jesús Rodríguez escribió en su blog “Ecotopología Epigonal” un artículo que Jordi Badia trasladó acertadamente al HIC*, en el cual reflexiona acerca de la belleza existente en lo imperfecto, y quiero aprovechar el momento para recuperarlo de nuevo porque difícilmente pueda explicar yo de manera más precisa y romántica algunas de las razones por las que a veces pasan estas cosas.
Tal vez me equivoque y dentro de unos años esta escuela infantil no merezca tanto la pena como ahora, pero estos Arquitectos navarros, responsables también de la “pasarela de Labrit”, una de las intervenciones más fascinantes realizadas en Pamplona en la última década, tienen como poco mi voto de confianza.
El proyecto en sí es limpio y coherente con un contexto complicado, un solar casi triangular en el límite de un barrio periférico de la capital navarra y con 2 de sus 3 lados haciendo las veces de medianera trasera con las edificaciones preexistentes.
El edificio enfatiza su concepto de zócalo de los volúmenes ya construidos y se vuelca a su lado Sur, orientado a una plaza.
El programa se organiza en 5 módulos educativos distribuidos por un gran espacio central que al mismo tiempo cumple las funciones de zona de juego cubierta.
Estos módulos, entendidos como espacios principales de la escuela, quedan ubicados en ese lado Sur, beneficiándose así de las únicas bondades de la parcela. Del mismo modo, la iluminación y ventilación natural se resuelve gracias a patios y lucernarios.
Finalmente y como acabado formal del proyecto, una celosía de hormigón prefabricado marca el límite con la plaza, dotando de mayor privacidad y control solar al edificio al mismo tiempo que matiza la relación entre el espacio público y el privado, rompiéndose solamente en el punto de entrada a la escuela.
En definitiva, un proyecto muy condicionado por las pocas virtudes de un solar que ha sabido manejar para conseguir un resultado que mejora lo existente sin renunciar a la calidad espacial de sus interiores, construido de la misma manera que se ha pensado, con coherencia y responsabilidad y cuyo gran resultado, como ya he dicho, sólo es el comienzo de un proyecto que ha de crecer cada día.
Por cierto, al mismo tiempo que terminaba este artículo se hacía pública la lista de los proyectos finalistas de los Premis FAD 2012, entre los cuales se encuentra el presente edificio, así que enhorabuena a Óscar, a Carlos y a todo su equipo, y suerte a todos.