Hace poco más de cincuenta años, en febrero de 1971, se inauguró uno de los iconos más representativos de la cultura artística de los años setenta en Cataluña: las pinturas murales de la fábrica Tipel de Parts del Vallès, realizadas por los pintores Eduard Arranz-Bravo (Barcelona, 1941) y Rafael Bartolozzi (Pamplona, 1943 – Tarragona, 2009). El tándem de artistas se propusieron desbordar un encargo inicial del empresario Isidor Prenafeta -un mural en una sola pared exterior del edificio- y expandirlo a través de los más de dos mil metros cuadrados de superficie de fachada completa de la fábrica, participando incluso en el diseño de elementos estructurales, como las ventanas y la chimenea, así como la elaboración de esculturas -los 8 ocho corderos de yeso por el exterior- o divertidas iniciativas de pintura expandida -los camiones de la empresa, las camisetas de las trabajadoras, y otros objetos insólitos. No había antecedentes ante una iniciativa parecida: con cinco mes realizarán lo que será considerada como la mayor pintura mural del mundo.
En poco más de cinco meses, Arranz-Bravo y Bartolozzi se aplicaron en un trabajo libre y experimental, volcando sobre los muros un imaginario genuino, representativo de la nueva pintura internacional: la psicodelia, el pop art y también un estilo propio; irónico y vitalista, propio de dos de los pintores más significativos de su generación. El intento de censura por parte del Ministerio de Obras Públicas, que quiso eliminar la obra, denunciándola como pintura “modernista” y “elemento de distracción” hacia los conductores de la nueva autopista Barcelona-Granollers, y el apoyo popular que recibió la obra para ser salvada, convirtieron a Tipel en todo un símbolo de libertad en los últimos años de la dictadura.