La ermita de San Juan de Ruesta planteaba una laguna de un 40% del volumen de un primitivo templo románico del s.XII, que en el año 2001 fue arruinado por una desafortunada negligencia administrativa. La estrategia de proyecto consistió en recuperar la imagen del poderoso y compacto volumen original recortado contra el paisaje de fondo de la sierra de Leyre, imagen que recibía al peregrino y que se perdió con el hundimiento. La evocación como herramienta de proyecto, permitió recuperar uno de los principales valores del edificio original, su silueta, hasta el punto de que cuando se perdió dejó de ser arquitectura para convertirse en ruina.
Dada la magnitud visual del volumen a reintegrar el criterio que se fijó fue que tanto cubierta como paramentos compartieran un mismo lenguaje, una pauta abstracta y regular de líneas horizontales de piedra. Este sistema no es ajeno ni al entorno ni al propio edificio, y pone la mirada en los sistemas constructivos de cubiertas de laja solapada de la zona que, resbalando por fachada, además se ancla con la escala de las hiladas de los mampuestos originales, hecho que asegura el enjarje visual de lo nuevo y lo antiguo. Los nuevos sillares de piedra arenisca de la zona, entonada con las fábricas originales, se tallaron según una celosía calada vinculada a los mechinales del ábside, que dibuja en la penumbra del interior la diferencia entre lo nuevo y lo viejo mediante la ligereza de la luz. En el exterior se recuperaron algunos de los mampuestos originales amontonados tras el derrumbe de 2001, para realizar una instalación de landart que, como un insolente memorial, nos recuerda el compromiso con el valor artístico que esas piedras tuvieron y que no supimos mantener.
