Corriamos por en medio de la calle, Balmes arriba, entre Pelayo y José Antonio.
Uno que iba delante de mi se agachó, sin parar de correr, recogió algo del suelo y se puso a gritar, mostrándolo en alto:
—¡Eh!, ¿quién lo ha perdido?
—¡Son de un amigo —dije—, yo se las devolveré!
Era un manojo de llaves, y reconoci su llavero. Pocos días antes, Victor, a quien acababa de conocer, me lo había enseñado, casualmente: un llavero de plata con una figura precolombina, llegado de México, regalo de parientes exiliados. Y seguimos corriendo por en medio de las calles, en 1964, 1965, 1966…
Hay una foto de 1932 en la puede verse al abuelo de Víctor, primer alcalde republicano de Barcelona, recibiendo a Le Corbusier en nombre de la ciudad.
Barcelona nunca ha tenido una verdadera Escuela de Arquitectura. Tampoco ahora, con mayor razón, cuando ya no son necesarios los arquitectos. Por aquel entonces, cuando la arquitectura todavía era un oficio, para aprenderla se iba a los despachos.
José Antonio Coderch, para quien su antiintelectualismo fue signo de un máximo refinamiento cultural, para quien el enmudecimiento de su estilo plástico —la persiana y la pared que cierran toda comunicación— era la más clara declaración de lo que cabía esperarse del mundo y del tiempo… Coderch, aislado por el arribismo, tildado de excéntrico, como también le ocurrió a Josep Maria Sostres… Pero fue Coderch quien recogió e hizo vivir, desde la mudez, desde dentro y hacia fuera de su despacho, la herencia del movimiento moderno, sin necesidad de escenarios ni discursos. Fue en el despacho de Coderch donde se fueron formando generaciones de arquitectos, desde Federico Correa y Ricardo Bofill hasta Josep Llinas y Victor Rahola.
Hace años, comentando la ampliación que Víctor había hecho de un pequeño ayuntamiento, lo califiqué como “el último arquitecto noucentista”. Noucentista es la arquitectura de Victor Rahola, como noucentistes fueron el GATCPAC, la lección de Coderch o la prosa de Josep Pla: arraigo al suelo. sabiduría constructiva, sentido común en los usos, civilidad; con algún sobresalto formal, inesperado. lo justo para sacudir cualquier previsión de normalidad, como el mar en el Alt Empordà.
Como quien se pone a correr por en medio de la calle, cuando son muchos.
Josep Quetglas