Si en su momento fue el ambicioso proyecto de la calle Balmes el que se consideró un punto de inflexión, que sirvió para pronosticar la futura dirección de su obra, esta casa de Ibiza marcará presumiblemente otro hito en su carrera. La calidad del planteamiento, la aceptación consciente de incurrir en contradicciones inherentes a su manera de ser, revelan ciertas sombras recientemente escritas. La evolución seguida desde entonces está presidida por una progresiva superación de la poética compositiva regida por los principios de orden y regularidad, armonía y economía de los medios de expresión, racionalismo y realismo en la reproducción de la realidad.
El castillo de Ibiza y la casa Boenders han quedado atrás, en cuanto a operaciones de manipulación o deformación. La independencia de la realidad natural se ha obtenido finalmente sustituyéndola por construcciones completamente abstractas y artificiales. En lugar de reproducir o interpretar los objetos dados en la experiencia, en lugar de describir o desintegrar sus efectos, su esfuerzo se dirige a crear nuevos objetos y a enriquecer el mundo de las experiencias con construcciones dotadas de leyes propias.
Esta tensión entre basar sus construcciones en la naturaleza, con la intención de alejarse conscientemente de ella, entre naturalismo y formalismo, entre el racionalismo y el irracionalismo entre sensualismo y espiritualismo, define la estructura de sus formulaciones formulaciones paradójicas. No nos enfrentamos con un mero juego formal en la discrepancia de los elementos a componer, sino con el equívoco inevitable, con la imposibilidad de pronunciar algo inequívoco. El manierismo latente de la casa en Ibiza culminaría la trayectoria seguida contra ciertas premisas premisas forjadas, como la asunción del problema de la insuficiencia del pensamiento racional y la conciencia de que realidad es inagotable y conceptualmente inaprensible.