El Museo Internacional de Relojería, una obra de arquitectura contemporánea.
“Es el primer ejercicio integral en Europa de arquitectura troglodita contemporánea”; así se explican los arquitectos del Museo Internacional de Relojería, el suizo Pierre Zoelly y Georges-J. Haefeli.
Construido del 1972 al 1974, su obra ocupa un volumen subterráneo de 20,000 m3, excavado al lado de un parque. La estructura de hormigón, aprovechándose de la pendiente del sitio, crea tres niveles que corresponden a las tres principales zonas del museo: la sala reservada para exposiciones temporales, la sala de obras de la época antigua y la sala dedicada a técnicas de fabricación, decoración y a piezas del siglo XX.
Las superficies abiertas las unas encima de las otras forman un espacio sutilmente entrecortado no solo por el juego entre los diferentes niveles sino también por el de la iluminación, acentuado por la luz natural que entra zenitalmente.
El museo se abre al exterior a través de los grandes ventanales del acceso, de la galería de astronomía y de los talleres de restauración. Estas ventanas, como aquellas del pabellón administrativo, están integradas dentro de los muros y aleros de formas curvas sobresaliendo con fuerza en el parque. “Estas paredes como ‘olas’ y los aleros contra estas olas a las que hacen eco, inspirados en las playas y en las estructuras de protección que encontramos allí”, resaltan los autores. Este edificio fue premiado el 1977 por el Concrete Architecture Award y en el 1978 por el Premio Europeo del Museo para el trabajo y obra de los museógrafos Serge Tcherdyne, Pierre Bataillard et Mario Galloponi. La elegancia de los materiales, la poesía de la atmósfera y la sobriedad de la presentación caracterizan el diseño del interior. La iluminación indirecta resalta los juegos de perspectiva. Las vitrinas esféricas y cilíndricas consiguen no obstruir el espacio.
“La iluminación ingeniosa, la elección de los niveles y la división del espacio expositivo en espacios independientes y sin embargo aún visibles, alcanza los límites de lo imposible en el mundo de los museos: el visitante se estimula constantemente sin agotarse nunca” (Kenneth Hudson, en Premio Museo Europeo del Año 1977 “, National Heritage, 1978, p.)