El edificio, de apariencia masiva, corona un promontorio en el borde del tejido urbano. Se podría decir que la casa completa la fisiografía del lugar. La entrada, presidida por una plazoleta y un banco corrido, reconoce el punto más alto y ensancha el cruce de dos caminos. La fachada a norte es convexa, geometrizando el trazado de la vía. La cara sur, en cambio, es cóncava para abrazar el jardín con la ayuda de volúmenes auxiliares escalonados.
Esta aparente irregularidad perimetral esconde una estructura pautada y ortogonal formada por seis crujías paralelas. De alguna forma podría leerse como una casa rectangular con cubierta a dos aguas a la que hemos achaflanado las caras. La edificación mantiene una posición de bis a bis con la masía de Marunys. Sus caras estrechas se miran desde ambos lados del camino, franqueándolo. La nueva construcción establece una relación física con la antigua, y también tiende vínculos con la tradición constructiva local. De hecho, la casa Cáscara comparte con la masía, módulo y sistema estructural, volumetría y mecanismos de adaptación tipológica al emplazamiento.
El conjunto está concebido con estructuras laminares, que adquieren inercia por su forma, a través del plegado o curvado. Define la envolvente de fachadas y cubiertas una delgada pantalla de hormigón armado; convenientemente plegada para otorgar estabilidad a la estructura y suficientemente alta para funcionar como jácena de canto que sobrevuela la entrada y el porche. Este caparazón es perforado con precisión, básicamente con agujeros cuadrados de dos tamaños distintos, aparte de la cristalera del porche. Cada ventana responde a una orientación, una luz, un punto de vista sobre el paisaje volcánico.
La actividad interior viene acompañada por la concavidad de las techumbres. En el piso superior las habitaciones quedan definidas por el intradós de las dos aguas de la cubierta. La planta baja está concebida como un espacio único en el que se diferencian ámbitos y rincones. A esta singularización contribuye decisivamente la estructura abovedada, coronando cada una de las actividades que se desarrollan bajo ella.
Es también el techo responsable de construir un estuche refinado para el interior, en contraste con el carácter áspero del hormigón encofrado en tabla al exterior. El patrón romboidal dibujado en la bóveda remite a lo textil, a los estampados, del mismo modo que el rasurado de los revestimientos de madera evoca un empapelado. Forma parte de la decoración, entendida como la capa que situamos entre nuestras vestimentas y las paredes de la casa. Pero aquí es inseparable de la misma estructura portante y de alguna forma convierte el techo en un elemento sensible a la variación lumínica y cromática. Actúa como una caja de resonancia que amplifica el intercambio con el entorno.