El santuario de Arantzazu se ubica en Oñate, Guipúzcoa, y es uno de los centros de peregrinación más importantes del País Vasco. Este lugar empezó a forjarse en el siglo XIV, a partir de la aparición de una talla de la virgen, treinta años después los franciscanos se hicieron cargo del enclave. Con el paso de los siglos y tras sucesivos cambios (construcciones e incendios), a mitad del s. XIX se hizo una apuesta fuerte para que el recinto pudiera recibir la llegada de más peregrinos.
En 1950 se lanzó un concurso, del cual resultaron ganadores el tándem formado por Luis Laorga y Francisco Javier Sáenz de Oiza. La obra se extendió mucho en el tiempo y fue difícil llevarla a cabo, tanto en la fase de proyecto como en la construcción, todo el proceso está muy bien explicado en la tesis “El espacio sagrado en la arquitectura religiosa española contemporánea”, de Esteban Fernández-Cobián. Oficialmente el proyecto y la construcción se sitúa en el período comprendido entre 1950-1955, aunque las pinturas de la cripta fueron terminadas en 1984 por Néstor Basterrechea.
El santuario está al final de una carretera que sube por las faldas de la montaña, el paisaje es rocoso y la vegetación abundante. Al llegar al estacionamiento se empieza a intuir lo que nos encontraremos al pasar un recodo de la carretera interior que lleva a todos los edificios del conjunto. La iglesia como tal se encuentra en un plano inferior al nivel de acceso, bordeada por la carretera interior. Su fachada principal está al final de una escalinata que desciende y que la enmarca, se compone de dos torres unidas por una franja horizontal que vuela por encima del acceso, y que sirve de receptáculo para los catorce apóstoles esculpidos por Jorge Oteiza. Tanto las dos torres como la franja horizontal están formadas por “espinos” en toda su superficie que generan una textura contundente. Éstos hacen referencia al nombre del santuario (en euskera “arantza” se traduce como espino y el sufijo “azu” como abundancia). En la parte superior se encuentra la Piedad, también obra de Oteiza, y centrada con respecto al cuerpo central.
Del conjunto cabe destacar el campanil, colocado en un segundo plano con respecto a la fachada principal y a su costado izquierdo, descolgado del cuerpo principal. Este volumen, al igual que las torres de la fachada, está recubierto por los mismos “espinos”. La iglesia está formada por una sola nave central, con aberturas en la parte superior de los muros laterales. El altar está ligeramente elevado, fue decorado por el pintor Lucio Muñoz, y sobre él se abre la cubierta que deja entrar luz natural, tamizada por pantallas horizontales. Dos “rosetones” diseñados por Javier Álvarez de Eulate se encuentran cerca del altar, a ambos lados de la nave principal.
Arantzazu es especialmente conocida en el ámbito de la arquitectura española por múltiples motivos. En primer lugar por los autores involucrados en el proyecto, mezcla de política y conflictos entre los mismos –Oiza y Loarte se separaron durante el desarrollo del proyecto, y existía una enemistad entre Chillida y Oteiza. Otro de los motivos de su reconocimiento es la ruptura que supone a nivel estético y espacial, una sola nave ya no sólo solventa un problema técnico, sino también simbólico al reunir en un único espacio a todos los fieles y al sacerdote. La participación de los autores y la fuerza rupturista de los mismos generó rechazo por parte de las instituciones y de la gente en general. Fue descrita como una obra sombría, oscura y dura, pero el paso del tiempo le ha dado otras aristas, ahora se percibe de otra manera. Es, además, un proyecto que aúna muchos ámbitos estéticos llegando a ejemplificar la síntesis de las artes.