El proyecto se sitúa en el parque de Can Ginestar, la última zona del tejido urbano de Viladecans que conserva el bosque que baja de las montañas de l’Ordal. El crecimiento urbano de la ciudad, a principios de los años 80, engulló el bosque y los campos de cultivo que ocupaban el lugar. Este montículo es ahora un pulmón verde para los vecinos, espacio público usado intergeneracionalmente, a una escala de barrio.
La propuesta es un equipamiento que fomente el encuentro. Un programa con la música como punto de partida que pretende ofrecer espacios polivalentes para ser usados por cualquier usuario.
El desarrollo residencial confinó el parque topográficamente, entre calles y grandes bloques de viviendas, convirtiéndolo en una pequeña montaña con caminos y claros en los que perderte. En la cota más alta de esta, presidiendo el lugar y como trofeo del peregrinaje ascendente del bosque, se encuentra la masía de Can Ginestar.
Como interpretación de la presencia de la masía en el bosque, el nuevo edificio se coloca con la misma orientación y en el mismo lugar que la arquitectura preexistente, fagocitándola. Se recuperar el camino, que antes acababa en la entrada de la masía como vía directa a la entrada del edificio. Este camino se convierte en la espina dorsal del edificio, extendiéndose hasta atravesarlo por completo. Un camino que se hace calle, un espacio público, como los bazares. Recorriéndolo te encuentras frente al edificio, un muro, opaco, y una gran puerta. Al atravesarla, un patio, lugar intermedio, una pausa. A la derecha, el bar, bajo la primera bóveda de cañón y, justo delante, la fachada principal de la antigua masía de Can Ginestar.
La Masía fue creciendo a lo largo de su vida útil por ampliaciones, según sus campos de cultivo iban haciéndose más numerosos. Actuaciones que acaban convirtiéndola en un palimpsesto, al igual que el lugar donde se sitúa. El proyecto quiere ser la siguiente actuación en la evolución arquitectónica de la masía. Un todo, resultado de la suma de partes, que vas descubriendo conforme recorres el edificio. En ese sentido la intención es conservar la masía, no como un objeto museístico si no generando nuevas relaciones espaciales entre ella y la nueva actuación, difuminando el límite entre ellas.
Al adentrarte en la masía, siguiendo el camino, te encuentras con un espacio completamente distinto, el esqueleto de la preexistencia, a doble altura. Conforme vas recorriendo esta calle, no climatizada pero a una temperatura más confortable que la exterior, vas volviendo a encontrar bóvedas y patios, la sala de actos, y finalmente la última puerta hasta el exterior. Para llegar a las salas más privadas, surgen dos corredores en el sentido de los muros. En cierta manera, entras en el propio muro para acceder a las bóvedas. Estos espacios son otro lugar de transición. Estrechos y altos se iluminan con luz natural cenital por los lucernarios dejando predominar la materialidad del hormigón interrumpida por el ritmo de las puertas de las salas y los bucs de ensayo. El edificio, una gran masa compacta desde el exterior, se posa sobre el terreno, pero no lo modifica. En su interior el edificio se adapta topográficamente y el camino asciende y desciende como el montículo en el que se sitúa, así como los muros que hacen de distribuidores, las salas de actos y los patios.
La cubierta, ajardinada con sedum, se convierte en una gran superficie de recogida de aguas. Estas se llevan a la antigua balsa que se amplia para generar un depósito que suministrará el riego del parque, de la cubierta y al sistema de climatización radiante. La climatización del edificio funciona por suelo y techo radiante, siendo de conductos fríos las bóvedas y calientes por el suelo. Este tipo de climatización tiene que ser gradual, para evitar condensaciones. De esta manera se refrigera y calienta la masa del edificio. Así la sensación atmosférica y térmica del usuario será también gradual, como su descubrimiento del edificio. Una sensación parecida a la de las iglesias, frescas en verano y agradables en invierno. La estructura del edificio son unas bóvedas de cañón de hormigón pobre, de cal, que parten de la estructura muraria del edificio preexistente. Los empujes horizontales de las bóvedas están compensados por la gran sección de los muros así como por los pasillos que actúan como grandes muros en si mismos. Como en las construcciones de las catedrales, el remate del muro actúa como minarete para aportar gravedad y rebajar los empujes y los muros han absorbido los contrafuertes. La masía se rehabilita y se traba con la nueva estructura. Los agregados de este hormigón son porosos y de baja densidad (roca volcánica, pumita, marés…) y la primera capa de hormigón de las bóvedas de se cubre con piedras de diámetros entre 5 y 8cm. Una vez desencofradas se chorrean al chorro de arena quedando un acabado con oquedades que mejorarán la difusión del sonido. Los cerramientos transversales son elementos que absorben y aíslan acústicamente. Paneles con relleno de aislamiento termoacústico denso forrados con paneles acústicos a dos caras y acabados con tablas verticales de madera de nogal de 200x20mm, separadas 2 cm de manera que el sonido pueda ser absorbido.
La arquitectura hace tiempo que se dirige a reducir su impacto en el medioambiente, desde aislar térmicamente hasta reducir la huella de carbono que dejan nuestros edificios, y un largo etcétera. Pero sobretodo, la arquitectura debe ser durable. Construir edificios para más de cien años, con materiales que resistan el paso del tiempo y con espacios que permitan acoger los cambios de uso, sociales y culturales que surjan con el paso de las décadas. La flexibilidad de los espacios quizás no está solamente en que puedan ser cambiantes, si no todo lo contrario, en que tengan carácter y sean de calidad.
2 Comments
Hola amiga! Me ha encantado, mucha suerte con el proyecto
Enhorabuena!!
Me parece un proyecto muy bueno.