Josep Llobet Estudio Jorge de los Santos, Ampliación para un Pintor
Fuente: Josep Llobet
Fotografía: Eugeni Pons
“EL VOLUMEN DE DOS EXIGENCIAS”
Chascarrillos y apreciaciones a modo de memoria
Quizá fueron requerimientos de orden los que obligaron, aunque también pudiera ser ese viento del sur que dispersa y agita, pero lo cierto es que, un par de años atrás, hacia el décimo mes, tomo la estratégica decisión de reagrupar los distintos escenarios de trabajos que en forma de estudios se me han ido dispersando, o escapando, a un espacio central más cercano y emparentado con mi lugar de residencia. Es con esa intención y con varios vasos de agua mineral gaseada con los que recurro a Josep Llobet como a un mecánico protésico para que recrezca y adecue una parte de mi vivienda en estudio.
De las primeras exigencias de orden que como artículos en una carta constitutiva se establecieron rescato dos. Uno, la funcionalidad del espacio intervenido, es decir que fuera inusualmente operativo, hasta la cordialidad, y, dos, que se adaptara sin chirridos a la parquedad presupuestaria con la que contaríamos para su realización.
Las necesidades funcionales de un estudio si bien son relativamente parcas son de muy difícil exclusión. Se necesita luz, natural y sintética, alguna apertura contundente que permita el trasiego cómodo de obras de formato grande con el exterior, un punto de agua, vías de circulación arquitectónicamente despejadas entre las distintas áreas de trabajo y, en la medida de lo posible, ofertar la mayor cantidad de aire.
Las limitaciones de orden presupuestario exigían de partida el que se trabajase sobre una superficie ya constituida en origen (en este caso una terraza que no alcanzaba el centenar de metros cuadrados) y que las materias constituyentes, así como el proceso constructivo resultasen sinceramente asequibles.
Decía Gide que era posible que el arte en nuestro tiempo muriera, o no. De hacerlo, sobre lo que él no tenia ninguna duda era sobre las causas de esa defunción; … el arte morirá de un exceso de su propia libertad…
Cualquiera que se haya enfrentado en alguna ocasión a un trabajo creativo sabe que en estos tiempos de liberalización de exigencias, de exclusión académica, la verdadera amenaza es la libertad, y que la dificultad estriba en saber que cortapisas imponer para bloquear precisamente el despliegue festivo de una libertad sin amonestar. Una vez establecidas las cortapisas y cercados los límites queda en manos del talento del realizador la generación de significados y de sentidos.
En el momento en el que la intención del proyecto ya poseía esas retenciones (funcionalidad y economía) fue cuando, personalmente, empecé a celebrar las sorpresas.
Se desvela, al crecer la obra, la funcionalidad como principio de orden. Un orden que empezó a operar una armonía de conjunto que emanaba no tanto de simpatías estéticas o conceptuales, como de requerimientos operativos; la belleza de una maquinaria de reloj.
La intervención se desarrolla y se hace habitable siguiendo una delicada estructuración provista del ritmo de lo necesario, de lo oportuno.
Formalmente, el elemento central visitado desde la zona de trabajo, un poliedro de hechuras atrevidas, se suspende, ingrávido, por encima de los recorridos para no entorpecer el tránsito fluido por el estudio, la luz no consigue desatarse de la obra desde primera hora hasta el ocaso, un punto de agua y un sistema perfectamente diseñado de correderas que permite un desalojo y una recepción holgada, así como un metraje amplio de aire son algunos de los requisitos de funcionamiento que cumple esta caja mecánica donde ahora me alojo.
Estéticamente, estos recursos técnicos tienden inexorablemente hacia el esteticismo de lo estoico.
Hay alguna curiosidad más.
Asisto, en lo teorético a la disolución de aquel enfrentamiento, binario como todos, entre la técnica propia del “minimalismo” norteamericano y la consideración prioritaria y casi exclusiva por la materia entendida como corporeidad, más cercana al creador europeo y que se ejemplificaría en el “povera”. La técnica de la función ataviada de naturaleza, la techne encerrada en la physis.
Pues si bien, la necesidad de que la obra arquitectónica “funcione” (de que cumpla la exigencia numerada como uno) ha afinado el trabajo de Josep Llobet con el cuerpo doctrinario del “minimal” (abstracción formal, geometría contundente en formas primarias, precisión casi patológica en los acabados, desterramiento de lo anecdótico y del ornamento, voracidad reductiva,…) la necesidad de que sea asequible, la economía de medios (exigencia segunda), va a provocar que su intervención en este proyecto tenga una lectura que se simplifica al conocer preceptos del “povera”.
Los materiales empleados, unos materiales de física bruta y contundente y de valor comercial bajo (bloque de hormigón, planchas de policarbonato, madera de pino sin pulir de categoría segunda y acero) se emplean crudamente, sin cocimientos ni enmascaramientos, en su literalidad y sólo en alguna ocasión y por necesidades de la exigencia primera se sobreponen (como sucede por cuestiones de aislamiento entre las tarimas de madera y el bloque de hormigón en las fachadas este y oeste y entre las láminas de policarbonato sobre rastreles en las cuatro paredes que limitan el espacio central). La voluntad de no enmascaramiento llega al extremo de no variar, en el momento de sincronizar su intervención con la estructura preexistente (mi vivienda en este caso), los colores de fachadas ni el entorno natural (conservar todos los árboles enraizados en el momento previo a la intervención).
Hasta aquí lo descriptivo, las concordancias de fraseo entre Josep y el que suscribe, que se resuelven en un proyecto sobradamente entendido. En lo emocional y evitando deslizamientos superfluos de un promotor agradecido, una apreciación.
Los estudios son siempre espacios dionisiacos. Potencia sin forma. Ciénagas donde el caos fluye y se retrae, se exaspera y rezuma canales de materia sin digestión. Su pathos es el tormento y el desconsuelo es su escenografía. Lo sé, hace mucho tiempo que habito entre ellos. Pero sus encuadres, las cajas que los contienen, pueden aspirar a corregir y engalanar el desorden latente mediante la pulcritud y la exactitud de proporciones. Pueden generar en el abismo un aspecto apolíneo, ser ellos mismos resolución pura. Esa aspiración ontológica secreta, la de sintetizar las dos caras de una caja, la interior oscura y la exterior luminosa, (el estado de ánimo y el vestido) se ha visto recompensada. Por lo que a mi respeta suelo tender a ponerme un traje de lino blanco, bien cortado y de reciente plancha cuando el soplo se agita. Quizá no sea mal consejo…
Jorge de los Santos
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7 Comments
Recordo perfectament el dia que ens va explicar aquesta obra. Jo tot just feia 1r curs i em va fascinar com amb tant poc pressupost i amb materials senzills (molts d’ells, reciclats) es podia fer un espai tant acollidor. Molt bon projecte.
1:23
una joya que esconde una caja
FELICIDADES
1:24
ahora que doy contigo lobo, donde estas?, porque no vuelves con tus comentarios.
…respeCta…
Esta pequeña obra asento precedentes y fue pionera en el uso del policarbonato en fachada.
IMPRESIONANTE
Es una obra absolutamente maravillosa.
Felicidades!