Fuente: ecotopolgía epigonal
Supongo que hay muchas maneras. Pero yo sólo puedo hablarte de las que conozco.
Te sucederá, como te ha sucedido con otras formas de expresión más evidentes, como la música o la literatura. Pero la arquitectura, salvo numerosas excepciones, es humilde, respetuosa y lenta.
Un día comprobarás que un sillón o una mesa están especialmente bien colocados para leer o escribir en ellos. Que la materia, dispuesta de una forma concreta, hace fluir lo inmaterial de modo óptimo. Y te irás especializando en manipular la escenografía de tus días para que juegue deliberadamente a tu favor, para que suceda lo que a ti te interesa, sin que resida el protagonismo en el escenario en sí mismo. El espacio físico al servicio de la vida humana.
Por eso la arquitectura es humilde. E ir adquiriendo esa capacidad de manipulación es conmovedor.
Otro día, de repente, tendrá lugar en tu corazón algún sentimiento más o menos preciso. Nada que ver, aparentemente, con el espacio. Pero al observar la materia que te rodea, o la que te hizo llegar allí, verás que tuvo mucho que ver con ello.
Las formas, las texturas, los colores, los volúmenes… el desplazamiento de tu cuerpo a través del espacio o el comportamiento de la luz o del sonido… son unos concretos. Y más allá de ser compatibles con lo que has sentido, habrán tenido la capacidad de sugerirlo, facilitarlo y/o salvaguardarlo.
Podrás volver a ese espacio a buscar lo mismo más veces. Y si vas con el alma en un tono similar, seguirá funcionando.
La espacialidad, cuando funciona en términos arquitectónicos, opera en segundo plano para brindar y maximizar las condiciones en las que detonar tus emociones. Y eso, cuando no es casualidad, es causalidad…