| Mercè Lorente + Laura sanchís
| 2012 | 3º ETSAB (Barcelona)
| Profesor: Jordi Badia
Retorciendo la linea
Partimos de la linea, linea y no segmento, porque no se sabe su punto de origen ni su final, cómo aquel transeúnte que empieza su caminar por la gran metrópolis y no sabe dónde acabará, que disfruta de la acción de recorrer y no lo hace cómo un mero acto de desplazamiento.
El símbolo por excelencia de Barcelona, la manzana achaflanada del famoso Plan Cerdà. Nos encontramos en el Eixample central, el primero y hoy en día más consolidado. El peatón barcelonés camina entre el espacio creado por el viario, transportador de los cada día más abundantes y rápidos flujos de la ciudad, y la recta y perfecta alineación de los edificios entre medianeras que conforman la corona edificatoria y que, por otro lado, cierran un patio, escondite de las entrañas más cotidianas y sinceras de la ciudad. Existe la posibilidad del cambio de dirección en cada esquina, no obstante camina casi siempre comprimido en esa distancia constante de 5 metros.
Nos acercamos al Eixample derecho por el carrer d’Ausiàs March, el Eixample comprendido entre la Ciutat Vella original y la antigua Rambla del Poble Nou. El nombre de pasajes y trazas parcelarias no ortogonales, fruto del pasado agrícola de este territorio, va aumentando a medida que nos internamos en él. El pasaje, aquella grieta que permite a los paseantes desviarse del movimiento de los automóviles, tomar atajos y explorar un camino nuevo, diferente del de ayer, cómo si de un laberinto se tratase. El laberinto, la expresión máxima del caminar, la razón de ser de lo que es el simpre recorrido, el máximo retorcerse de la linea.
El proyecto parte de la voluntad de crear un espacio público en el interior de manzana, permitir el recorrido alternativo del peatón y así aprovechar la posibilidad que dan los pasajes . Apropiándose del Passatge de l’Esglèsia, perpendicular al trazado histórico de Pere IV se crea un seguido de plazas de diferente jerarquía, una central y tres de cada comunidad, que acompañarán al habitante de manera gradual hasta la puerta de su casa.
El límite exterior de este espacio público viene determinado desde el interior. El sistema de agregación de las viviendas está conformado por cuatro cajas estructurales que giran entorno a un espacio común de acceso conectado a la pasarela y que en algunos casos se vacía y funciona cómo patio. La disposición de estas cajas crean los límites de la vivienda, unos límites que se retuercen buscando la intimidad pero sin nunca cerrarse sobre si mismos, tiene la voluntad de dar continuidad entre el espacio interior de la vivienda y el inmediatamente exterior.
Estos conformadores del espacio son en realidad la estructura del edificio, funcionan como grandes pilares que almacenan en su interior los espacios servidores de la vivienda, permitiendo el paso vertical de las instalaciones y en determinados casos los núcleos de escalera de acceso. De esta forma se entiende la vivienda como un espacio libre, continuo y confortable ligado a un espacio estático que la sirve.
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