Por: Álvaro Valcarce
Fotografías: Vaumm I Aga Khan Foundation I Flikr
Fuente: www.geoffreybawa.com I Vaumm
Alvaro Valcarce, Singapur
Hace dos o tres años, mientras curioseaba en la librería del COAC, me llamó la atención un libro hermosamente editado, cuya portada desplegaba una cautivadora combinación de tonos amarillos, verdes, marrones y negros. La primera impresión que tuve fue que se trataba de uno de esos monográficos con mucha fotografía y poco contenido. De todos modos, lo cogí en mis manos y lo abrí. Para mi suerte, me equivocaba: el libro estaba profusamente comentado y documentado, con dibujos originales. Lo tuve que comprar, a pesar de que casi me dio un infarto a la hora de pagar, pero valió la pena. Descubrí al arquitecto esrilanqués Geoffrey Bawa , uno de los arquitectos que más me ha influenciado por su dominio de la implantación, de la escala, de los materiales y de las técnicas constructivas; pero, sobre todo, por su capacidad para descifrar el genius loci de cada lugar.
Creía que se trataba de una leyenda más de la arquitectura moderna, pero, cuando cayó en mis manos un ejemplar reciente de A+U (2011/06) en el que se revisaba su legado arquitectónico, me convencí de su vigencia y de la creciente influencia que ejerce sobre el mundo asiático –materializada con el premio Aga Khan en 2001, concedido por primera vez a un arquitecto no islámico. Una referencia imprescindible para todos aquéllos preocupados por una arquitectura íntegra, coherente y emotiva. Aquí va una pieza exquisita –como todas– de su obra: el hotel Kandalama.
A finales de 1991, Bawa recibió el encargo para diseñar un hotel junto a la roca del rey Kasyapa, conocida en la región como la ciudadela de Sigiriya. Sin embargo, su sensibilidad arquitectónica le impulsó a rechazar el emplazamiento propuesto y a convencer a sus clientes de que el hotel se asentaría mucho mejor en un lugar quince quilómetros al sur, al borde de un acantilado rocoso sobre el lago de Kandalama.
El edificio se proyecta como una prolongación de la roca, envolviéndola con la suavidad de una cinta que se ondula, creando patios escarpados, y, en ocasiones, perforando la roca hasta sus entrañas, para dejarla expuesta al deambular de sus habitantes. La reducida profundidad constructiva del conjunto contribuye a crear esa sensación de planeidad y acentúa su verticalidad, apropiándose de la esencia formal del acantilado.
El conjunto, construido con hormigón armado pintado de negro, se integra sutilmente en el entorno gracias a la profundidad de una fachada en la que la estructura se ha proyectado, para generar un entramado de jardineras y brise-soleils que, con el tiempo, han sido tomados por la exuberante naturaleza tropical. El resultado es la absoluta disolución de un edificio de 5 plantas sobre el fondo de roca y verde.
La profundidad de la fachada, lejos de ser un recurso puramente mimético, se revela como un recuso espacial de gran potencia al crear un filtro que articula la relación entre interior y exterior de una forma tan sutil como agradable. Las habitaciones del hotel, todas ellas con vistas al lago, adquieren la atmósfera de una caverna, como si se tratara de cavidades excavadas en el acantilado y protegidas por un fresco manto de vegetación.
Los espacios de Bawa se relacionan con la naturaleza de una forma sutil y empática, acomodándose y acomodándola hasta fundirse con ella. Su arquitectura nos remite, en última instancia, al lugar al que pertenece, dotándose por ello de una prestancia indisociable de la potente naturaleza en la que se inserta. Envuelta por un espacio que habla de relaciones ancestrales entre el hombre y su entorno, la vida adquiere una nueva dimensión en la que el habitar se convierte en una celebración constante del lugar del hombre en la naturaleza.
Link a la web Geoffrey Bawa