| Emma Serrano de Pablo
| 2012 | Curso: PFC. ETSAM (Madrid)
| Profesor: Jesús Ulargui Agurruza. U.D. José Manuel López-Peláez
El tema surge tomando como referencia el proyecto que propuso Coderch en 1959 de un condominio en una ladera inclinada hacia el mar en Torre Valentina, donde jugaba con los espacios cubiertos/abiertos, interiores/exteriores; todo ello integrado en la topografía y la vegetación.
La idea surge de dos aspectos importantes. Por un lado, el carácter temporal y provisional gracias a una cubierta que unifica el condominio como “una sábana éterea y ligera que respira” y se apoya sobre la ladera, a través de la cual fluye el viento; y bajo ella alberga la vida, lo terrenal.
El segundo aspecto es la integración en la topografía. Por un lado, hay que salvar la diferencia de 45 metros respecto al nivel del mar, y a la vez adaptarse a la forma rocosa y abrupta con entrantes y salientes de la costa. Para ello, el condominio parte de seis módulos con dos direcciones perpendiculares principales, y en algunos de ellos se introduce una diagonal que permite girar y adaptarse a las curvas, además de escalonarse en niveles de tres metros de altura.
Los encuentros entre las viviendas, se potencian provocando que sean ellos mismos los que muestren los recorridos y accesos a las mismas, nunca viendo el final del camino. Aunque la geometría del conjunto parezca caótica, cada módulo y su secuencia responden a una geometría controlada.
El carácter temporal de la cubierta se lleva a la vivienda, donde según la época del año ésta se transforma.
Por un lado, la vivienda de invierno se configura como un “cajón” opaco en todas sus caras excepto la que se abre hacia el mar. Posee una superficie mínima, cuyo interior se compone de un gran mueble de doble altura, donde los elementos que separan los espacios son de almacenamiento con un juego de sacar/guardar/abatir en este espacio comprimido. Sin embargo, en verano el ventanal se abre y pliega hacia los extremos extendiéndose la vivienda hacia las terrazas cubiertas por el textil, convitiendo una vivienda de 35 m2 de invierno en una de 120 m2 en verano, utilizándose también la cubierta del “cajón”.
La geometría de la cubierta que unifica el conjunto es compleja, pues desciende por la ladera hacia el mar, quebrándose y adaptándose a los módulos, pero en todo momento hay continuidad entre los bastidores que la componen.
La construcción es sencilla y tradicional. Las viviendas emergen de la tierra como si estuviese tallada la roca y se hubiese construido con la piedra que se extrae de la topografía, contrastando con la cubierta traslúcida y la ligereza del textil. Ésta se sujeta por una estructura de vigas de madera apoyadas sobre delgados perfiles metalicos, situados entre los limites de los módulos, y que a través de un mecanismo manual de poleas, permiten que cada usuario tenga un control de luz, viento y vistas en todo momento, abatiendo bastidores y paños de la cubierta.