Por Carlos Garmendia Fernández
En esta ocasión me he permitido una pequeña licencia y, saliéndome de la línea de los proyectos que os había enseñado hasta ahora, he decidido mostraros uno construido en Loiu (Bizkaia) en 1968.
Este cambio se debe a motivaciones personales que espero entendáis más adelante, porque estoy seguro de que a muchos de los que ahora frecuentáis este blog les ha ocurrido algo parecido a lo que me sucedió a mí con este edificio.
Apostaría a que más de uno, antes siquiera de decidir comenzar la carrera de Arquitectura, habéis convivido durante años con algún edificio en particular, un edificio que veíais desde la ventana de vuestra habitación, o al que ibais a estudiar en época de exámenes o directamente, el propio edificio en el que vivíais, y lo habéis hecho sin darle mayor interés, sin reparar en cómo era o dejaba de ser, hasta que un buen día, habiendo tomado ya la (hoy en día “dudosa”) decisión de sumergiros en el mundo de la Arquitectura, descubristeis que ese mismo edificio que hasta entonces simplemente ocupaba su lugar, tenía algo especial, que era diferente.
Pues bien, algo así es lo que me ocurrió a mí con mi colegio. Fueron muchos años, exactamente 12, jugando, estudiando, comiendo y hasta durmiendo según la asignatura y el profesor, en unas aulas y unos patios que ya cuando yo llegué, contaban sus años por decenas.
Pero no fue hasta hace un par de años, con la carrera terminada y en pleno proceso proyectual de un centro educativo en Navarra, estudiando cientos de esquemas funcionales de otros tantos ejemplos escolares, cuando redescubrí mi colegio.
Cierto es que ya para entonces tenía la ligera sospecha de que aquellos edificios que a más de un compañero le recordaban a una cárcel, estaban bien pensados, pero una vez comencé a estudiar con más detenimiento el proyecto fue cuando fui consciente de su calidad.
Dejando a un lado las posteriores y poco afortunadas ampliaciones que se han llevado a cabo en el conjunto de la parcela, el proyecto contaba en un inicio con 3 partes diferenciadas; una destinada al sistema educativo (aulas, salas de profesores, biblioteca…), otra que incorporaba la residencia de la comunidad, el comedor y una iglesia que jamás se llegó a construir y una última destinada al polideportivo (olvidado también durante la obra y construido años después reconvertido en aulario).
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Fotografías aéreas del estado actual |
La primera parte del conjunto, la más extensa y representativa, contiene como he dicho el programa más importante de aularios, y se conforma mediante un eje principal comunicador de fantásticas proporciones (proporciones que estremecerían a más de un promotor actual) del cual cuelgan 5 brazos de aulas. Cada brazo se confecciona con un sencillo esquema de pasillo en su lado norte y aulas en su lado sur, rematando el volumen con los aseos y una escalera.
Exteriormente, cada bloque se eleva del terreno creando debajo de él una zona de porche (muy útil dado el clima), con una fachada más ciega compuesta por un interesante ritmo de hendiduras verticales en el lado del pasillo y otra mucho más permeable del lado de las aulas.
Estos volúmenes a su vez acotan las pistas deportivas y espacios de juego en general.
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Edificio de aulario |
En referencia a la segunda parte, situada en la zona norte del solar, cabe destacar la notable ausencia del que estaba concebido para ser el elemento principal del conjunto: la iglesia, pensada para presidir la entrada al colegio, no pudo ser construida por motivos económicos, restando cierto sentido al esquema global del proyecto.
Como resultado, un bloque residencial con habitaciones en ambas fachadas unido al volumen de comedor, un edificio con cubiertas alabeadas e iluminado por un patio central de gran calidad espacial.
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Fotografía del edificio comedor (1972) |
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Residencia |
Estos 2 elementos conformaron el estado inicial del centro educativo en 1970 y hoy en día todavía suponen el núcleo funcional del mismo, un ejemplo de Arquitectura atemporal y firme, que ha sobrevivido a más de 40 años de uso continuo sin necesidad de arreglos ni adaptaciones y que después de sufrir las carreras de infinidad de niños de varias generaciones se mantiene tan elegante y escultural como el primer día.
No me gustaría terminar este artículo sin hacer mención a Julián de Larrea Basterra, Arquitecto por la ETSAB cuando ésta todavía se encontraba en plaza Universitat, cuando el número de alumnos por promoción era tan distinto al actual (17 en el caso de Julián), cuando la Arquitectura era más tranquila y meditada, como él, que a sus 86 años no ha encontrado la más mínima objeción en perder su tiempo rebuscando los planos originales de este proyecto (una maravilla por cierto) ni en contarme cómo fue todo el proceso del mismo con todo tipo de detalles y anécdotas, sólo me queda pues, darle las gracias.
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Planos originales de proyecto |
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Fotografía aérea durante la obra |
Fotografía por Carlos Garmendia
no nos "maleducamos" cuando nos formamos en arquitectura? es la cuestión del elitismo.
es posible que un niño (al margen de los buenos recuerdos de entre los pasillos pero eso es la nostalgia) recuerde el colegio al que fue como un paraíso?
http://www.youtube.com/watch?v=H8uM4yDUfIU&feature=relmfu
Del mismo modo creo que no estamos hablando de opiniones enfrentadas, como niño (sin los conocimientos posteriores de los que hablamos) no valoras las características arquitectónicas como tales, pero sí que disfrutas intrínsecamente de cada espacio del proyecto (yo lo hice sin tener ni idea de si el proyecto era bueno o no), no eres capaz de reconocer el porqué, pero eso no implica que no aproveches esas cualidades.
Esto que comento vale para este caso en concreto, no quiero generalizar, y creo que va muy relacionado, como he dicho, a aspectos estéticos, sé por experiencia que a casi ninguno de mis excompañeros les parece un colegio “bonito” (a mí sí, pero ahí sí que entran a jugar esos conocimientos adquiridos con posterioridad), pero será difícil encontrar a alguno que no guarde buen recuerdo de los pasillos, las aulas o los patios porque eran espacios adecuados para cada una de sus funciones, y eso no lo sabíamos entonces, pero tampoco nos hacía falta.
Un saludo y gracias!
Un saludo por la buena arquitectura.