Fuente: FAD, El Mundo
Artículo publicado por Antón García en la sección de Cultura del periódico El Mundo.
Hay un interés por una arquitectura más rigurosa, que se aleja de la estética del espectáculo y se aproxima a una ética profesional y social necesaria en estos tiempos.
Comenzó el año 2011 con la puesta en marcha de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela. Un gran trasatlántico cultural que venía sin combustible, exhausto, como si llegara de otro mundo, donde no se le recibió como se pudiera merecer. Peter Eisenman, condujo su inauguración, acompañando el evento culturalmente con cursos, ciclos de conferencias y rodeándose de los más jóvenes en el Círculo de Bellas Artes. También se inauguró el MetroPol Parasol de Sevilla, el enorme monumento del arquitecto Jurgen Mayer. Ambos edificios llegaron tarde a la fiesta, y casi se quedan fuera. El centro Niemeyer, ofrenda de Avilés a la arquitectura del brasileño, igualmente tuvo un comienzo sobresaltado, desatando una batalla política en lucha por su gestión. En fin, pudieran ser estos últimos vestigios de una época de grandes inversiones públicas descabalgadas de las infraestructuras de gestión de las mismas. Se ha culpabilizado a los arquitectos de construirlas, cuando era la sociedad la que demandaba a los políticos el más difícil todavía.
Pero algo está cambiando, Nieto Sobejano, Barozzi y Veiga, Fernando Menis, Sancho y Madrilejos, Selgas y Cano, y tantos arquitectos españoles están ahora construyendo su mejor arquitectura y liderando un cambio de paradigma. Lo que le está pasando al país se podría explicar con una analogía de lo que le está pasando a la arquitectura. Después de haber vivido un largo periodo de exuberancia, de productividad, de esplendo y de enorme proyección, estalla todo de la noche a la mañana, y aún nos miramos sorprendidos preguntándonos qué ha pasado. Básicamente se puede explicar que el mundo ha cambiado y lo ha hecho súbitamente. Ha sido una revolución tecnológica, que ha tenido consecuencias drásticas en el sistema financiero, y por ende en el sistema inmobiliario, activo sobre el que subyace todo el valor último de la riqueza en el mundo. Este juego peligroso y muy abstracto, tiene en la construcción del mundo físico de la ciudad su impronta imborrable, y entre sus actores principales, los arquitectos, sus primeros sacrificados.
Pero la inteligencia colectiva, ya ha reaccionado en el año 2011. Lo vemos en el interés por una arquitectura más rigurosa, responsable medioambientalmente, que se aleja de la estética del espectáculo y se aproxima a una ética profesional y social necesaria en estos tiempos. También lo vemos en las exposiciones que han tenido éxito este año. La aproximación constructiva e industrial de Jean Prouvé que mostró Ivorypress sobre el trabajo del creador francés o la itinerante sobre los más jóvenes arquitectos españoles que está presentando Jesús Aparicio por el mundo. O los premios que han reconocido este año la labor constructiva de Chipperfield en el Museo de Berlín con el Mies van der Rohe, la innovación tecnológica del Media Tic de Ruiz Geli con el premio Wan, el RIBA honorífico a Mangado y Ferrater, la medalla de honor de la AIA americana a Steven Holl, o muy especialmente, el premio Pritzker al arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura, reconociendo así la excelente labor arquitectónica, sensible, responsable y rigurosa del arquitecto portugués, que en España celebramos como propia, por afinidades, proximidad y afecto.
Si se debe ser tan afilado como dice el amigo Antón García, que me imagino será el head partner de Ensamble Studio, recordaría en lugar de a varios de los antes mencionados pervertidos del revestimiento lindo, costoso y superficial como el del Baluarte de Pamplona, el antes mencionado edificio de Geli o la última obra bastante mediocre de Nieto Sobejano en Graz; a los grandes maestros modernos de España como Coderch, Fisac o Carvajal, quienes con poco más que hormigón y ladrillo, crearon obras que todavía nos conmueven; o a algún discípulo suyo meritorio como Campo Baeza.
Y puestos a completar el comentario, y hablando de arquitecturas más medidas y de pensamiento arquitectónico profundo. Le recuerdo a Antón García Abril que su uso de estructuras debería estar pensado no desde la estética de las mismas, sino de los principios intrínsecos a ellas; pensamiento que puede verse pleno en obras como las de Mendes da Rocha, que tendrán otras cosas criticables, pero que de seguro no pecarán de excesivas ni en el uso de recursos ni en el tema de las tantas superficialidades que visten hoy a los arquitectos españoles.
¿Corporativismo?
¡Qué fácil es culpar a la sociedad de los errores de uno mismo!