Crítica de Llàtzer Moix publicada en ‘La Vanguardia’ el pasado mes de noviembre sobre el proyecto de vivienda colectiva de Diaz-Mauriño, Alberola y Martorell en el Rastro de Madrid.
Una corrala digna del siglo XXI
Al arquitecto Luis Díaz-Mauriño le desagrada el término corrala aplicado al bloque de 22 Viviendas sito en la madrileña plaza general Vara del Rey, que firma junto a Mónica Alberola y Consuelo Martorell. Asocia esta palabra al hacinamiento, la insalubridad y la precariedad de dichos bloques, propios del Madrid castizo de Lavapiés o La Latina a partir del siglo XVI.
Pero, en lo formal, su obra evoca con lenguaje moderno y buenas prestaciones las hechuras de tales corralas; de esos bloques populares dispuestos alrededor de un gran patio comunitario, donde la convivencia vecinal era intensa y bulliciosa.
El solar propuesto por la empresa municipal EMVS para la obra está a pocos metros de la estatua de Cascorro, epicentro del Rastro. Fue ocupado durante años por un garaje, sobre cuya huella podía construirse sólo parcialmente. Los autores decidieron alinear las cinco plantas de viviendas con el perímetro de la plaza, dejando espacio atrás y dos entradas a nivel de calle. Por una se accede al aparcamiento subterráneo. Por otra, al generoso patio interior. Y desde allí se sube por ascensor o escaleras a los pisos, cuyas puertas se suceden en las galerías de la fachada trasera, que rodean todo el patio.
En el lado opuesto a las viviendas se han colgado dos terrazas comunitarias de doble altura y unos cien metros de superficie. Sobre ellas, en los pisos superiores, los arquitectos hallaron espacio para cuatro viviendas más, que dan sólo al patio interior pero cumplían la normativa en materia de luz natural. Y allí las colocaron, abonando el tono de corrala.
Mención aparte merece la sobria y elegante fachada a la plaza Vara del Rey, de cierto aire coderchiano. La define una celosía cambiante, según la posición de los cerramientos que protegen el apretado ritmo de ventanas… Este edificio empezó a ocuparse en primavera y está por ahora libre del alboroto de las viejas casas de vecinos. Se distingue también de ellas gracias a su línea limpia y a su orden compositivo. Por ello osamos definirlo –que los autores nos perdonen- como una corrala digna del siglo XXI.