Artículo publicado en El País, BABELIA, el 14/05/2011
Hemos escuchado ad náuseam que la «cultura» en una sociedad posindustrial es una parte esencial de la economía, un mecanismo de intercambio con el que las ciudades pueden establecer su «marca» en las globalizadas redes de información, entretenimiento y turismo. Como todo en el mundo del consumismo masivo, desde coches a comida de supermercado, el énfasis se da entre la función y la sustancia, entre el empaquetado y la imagen. Aquí el modelo esencial es el del anuncio publicitario que puede, por ejemplo, asociar una marca de café con un actor muy conocido, o sugerir que un perfume y la forma de su envase de cristal son una promesa de delicias y conquistas eróticas. En el caso de los museos comercializables y los centros culturales, la imagen debe ser instantáneamente reconocible en la pantalla del ordenador o la revista de aeropuerto. La arquitectura es reducida a ser un contenedor llamativo sin mucho contenido.
En España, sin duda bajo el hechizo del llamado «efecto Bilbao», los alcaldes y las autoridades cívicas han dado traspiés al querer ligar sus ciudades de provincias a la ilusoria «economía global», empleando a miembros del star systeminternacional de la arquitectura para que realicen sus trucos de magia, sin pensar demasiado en las necesidades reales y los costes a largo plazo. Lo que el actor ha hecho por el café es lo que supuestamente debe hacer el arquitecto para la economía global al atraer la atención con esos «edificios icónicos» para engancharlos a las redes oficiales del poder cultural; muchos de ellos en el dudoso mundo de la «vanguardia» institucionalizada, ella misma un producto en las operaciones financieras del mercado del arte. Se espera a su vez que los comisarios compren los productos más recientemente aprobados en las ferias de arte y bienales, y los distribuyan en sus salas de exposiciones y contenedores (museos y centros culturales) con el fin de que el público los consuma.
Se supone que todo esto es por el bien del público, con la sugerencia implícita de que las ciudades españolas carecen de una cultura propia que valga la pena hasta que esta sea irrigada con esta especie de gran inversión. Se espera que el arquitecto responsable del contenedor proporcione un escenario a través de demostraciones formalistas mientras la cultura local es «tematizada» y reducida a una caricatura para entretenimiento turístico. La imagen computarizada y la producción a toda marcha de «iconos» instantáneos, que deberían dar de alguna manera una identidad a este u otro lugar, es una propuesta absurda para ciudades que tienen siglos de antigüedad. La gimnasia geométrica está a la orden del día y las ciudades españolas han sido ensuciadas con ejercicios narcisistas como el Metropol Parasol, diseñado por Jurgen Mayer, en la plaza de la Encarnación de Sevilla, una serie de gigantescas setas tecno-kitsch que destruyen con eficacia el espacio histórico urbano mientras lo privatizan parcialmente.
El Centro Niemeyer de Asturias, en la industrialmente deprimida ciudad de Avilés, sigue este esquema general del marketing cultural, aunque nadie parece saber qué es lo que este contenedor debe contener. El edificio es un curioso ensamblaje de los clichés de la arquitectura del propio Niemeyer, entre un platillo volante inverso y unas «seductoras curvas femeninas». Un edificio de firma en todo el sentido de la palabra que llega a ser una autoparodia. Se ha hecho de todo para atraer la atención al proyecto, ¡incluida su relación con Woody Allen y Brad Pitt! Hemos escuchado que el edificio tiene el «potencial de ser un icono nacional español», transformando la ciudad de Avilés en un centro mundial del arte, la cultura y el diseño. Un ejemplo de lo que Llatzer Moix ha llamado la «arquitectura milagro»: solo frota la lámpara y el Genio aparecerá.
William J. R. Curtis, historiador y crítico de arquitectura británico, es autor de numerosos libros, entre ellos, La arquitectura moderna desde 1900 y Le Corbusier: Ideas and Forms.
Probablemente no estaría mal a España dejar de mirar tanto hacia Este y mirar un poco hacia Oeste para su país vecino que mismo estando con la crisis que España también está, no ha cometido estas locuras urbanísticas que han destrozado ciudades históricas en busca de una torre de babel sin fin..